
Olayer y Quarion continuaron con la defensa del templo, pese al ataque de la joven bruja, que parecía ignorar lo que ocurría a su alrededor. Sus ataques tampoco se dirigían hacia el templo, más bien sobre él, como si desease que la visión de todos virase hacia aquel lugar, dejando el paso libre para otros.
Pese a todos, la bruja de blanco se veía poderosa, daba la sensación de que podría haber actuado contra el templo y contra todos los que allí estaban. Sin embargo no lo hizo. Ni tan siquiera actuó contra aquellos infelices que se apelotonaban en la entrada de los refugios de Askanter.
-Carne fácil para alimentar a los ejércitos sedientes de sangre. La noche caerá sobre ellos como los lobos sobre la oveja extraviada le había oído decir los que estaban cerca de ella.
El sonido de los gigantes tampoco surtió efecto alguno en la bruja, parecía una joven virgen camino de un altar sacramental, vestida de blanco y rodeada de guerreros que nada hacían, más que acompañarla.
Nada inmutó a la virgen, nada inmutó a la bruja, pese a que sus custodios observaban asustados la llegada de los gigantes que habían acudido al servicio de Quarion y Olayer. Las defensas internas parecían asegurarse.
Una flecha voló por el aire en dirección a la bruja, Evincar, escondido entre las defensas de la ciudad, había logrado un certero disparo. Parecía que nada iba a impedir que impactase sobre ella. Y así ocurrió. La blanca túnica de la bruja niña se desgarró al ser atravesada por la saeta, pero la niña no se inmutó. Ni tan siquiera bajo la mirada para ver qué había ocurrido. Uno de los guerreros que la protegían cayó sobre un charco de sangre, la punta de una flecha asomaba a su espalda.
La bruja miró al cielo, al oeste, donde los gritos de los hombres y las bestias ya se escuchaban. Y se desvaneció en la nada. Y los guerreros se lanzaron al ataque, hacia el templo y sus defensores.